Las batallas decisivas en las guerras llevan ese nombre porque sus resultados suelen ser definitivos o en el mejor de los casos condicionan el curso de las operaciones futuras e incluso el desenlace mismo de la guerra. Es por ello que la batalla de Tacna o Alto de la Alianza del 26 de mayo de 1880, a cuyo campo acudieron a luchar a muerte tres ejércitos de línea, fue en mi opinión una batalla decisiva. La suerte del Perú quedó echada esa tarde de sangre y fuego, de manera desfavorable.
Recordar este hecho no es, como creen algunos banalmente, celebrar derrotas, como sí las batallas como la de Tacna fuesen partidos de fútbol en los que sólo cuentan quien metió más goles. Por el contrario, conmemorarlas significa rendir homenaje a los valientes guerreros que entregaron sus vidas por el destino de sus naciones. De ahí que recordamos en estas líneas a los bizarros soldados del batallón Zepita esa jornada en defensa de su Patria, con su comandante de unidad al frente, el coronel Carlos Llosa y Llosa, nacido en la Ciudad Blanca el 4 de noviembre de 1849.
Coronel Carlos Llosa y Llosa (1849-1880)
En 1865 a los 15 años, el intrépido Carlos Llosa -como lo llamó Basadre- se incorporó como cadete al batallón Arequipa N° 7. A lo largo de su carrea sirvió en varias unidas como en el legendario Batallón Zepita cuya filas integró en más de una ocasión. Los bravos del Zepita formaron parte, con el batallón Cazadores del Misti que encabezaba el comandante arequipeño Sebastián Luna, de la segunda división del ejército aliado en Tacna, que luchó esa jornada a órdenes del Coronel Andrés Avelino Cáceres.
El Zepita es una de las unidades de infantería históricas más representativas del heroísmo del Ejercito del Perú, y lleva su nombre por la batalla de Zepita del 25 de agosto de 1823 durante la guerra de la Independencia. Sus comandantes han sido prestigiosos soldados, como el actual Jefe del Comando Conjunto de las FFAA, General del Ejercito David Ojeda Parra.
Carlos murió a los 30 años sin descendencia. Muchos de sus primos pelearon en la guerra y murieron como los coroneles José Gabriel Chariarse y Llosa en San Juan, y Máximo Abril y Llosa en Miraflores. Este último era primo hermano doble de los hermanos Llosa y Abril que también eran primos hermanos de Carlos. Uno de estos últimos, Luis, se casó con la hermana de Carlos, Emilia Llosa y Llosa. Carlos tuvo como ahijado a Teobaldo Llosa y Rivero, coronel de artillería padre de mi abuelo, quien siguió los pasos en el Ejercito de la Republica de su abuelo paterno Francisco de Paula, vencedor de Zepita –por feliz coincidencia-, de su padre y de su padrino Carlos, héroe de la Patria. Los coroneles Abril y Llosa fueron pierolistas hasta el tuétano, y sus primos hermanos dobles, los coroneles Llosa y Abril, caceristas acérrimos.
En sus memorias el Mariscal Cáceres elogia la bravura y el coraje del batallón Zapita en esa tarde de 1880, y particularmente refiere: “mi segunde jefe el comandante Llosa, al avanzar sobre el enemigo recibió un balazo en el pecho que lo mató instantáneamente”. Y líneas más abajo añade el Brujo de los Andes: “me dirigí a Arequipa siendo recibido por la familia Llosa, y compartí con ella el dolor que la embargaba a causa de la muerte del comandante Llosa, caído heroicamente en la batalla de Tacna” (Milla Batres, pags 59-61). Cuando en 1895 Nicolás Piérola triunfó en su revolución contra Cáceres, mi familia arequipeña vivió en carne propia el odio, la violencia y percusión políticos, al punto de que una turba enardecida irrumpió en el hogar de los tíos Luis y Emilia, incendiándola.
Grabado que muestra al Carlos Llosa, comandante del batallón Zepita, conduciendo a sus tropas durante la embestida al batallan chileno Coquimbo momentos antes de recibir la descarga mortal que lo elevo a la gloria, Alto de la Alianza, 26 de mayo de 1880.
En su obra Vienen los chilenos, Guillermo Thorndike recoge el parte del cirujano Placido Garrido Mendivil jefe de una ambulancia de la Cruz Roja que narra lo siguiente: “debo hacer constar, para la gloria del Batallón Zapita y de la Nación, que sus soldados estaban mezclados, una cuadra adentro del territorio ocupado por el batallón Coquimbo, con los heridos y muertos de éste. A la cabeza de los cuyos, el comandante Llosa y junto a él, su ayudante, el capitán Chacón”, (PROMOINVEST, 1978,pags 318, 334).
Termino estas líneas en homenaje al glorioso batallón Zepita y a su comandante de aquella fecha, con un párrafo que escribí hace más de treinta años: “A la memoria del teniente coronel Carlos Llosa y Llosa, muerto el lejano atardecer del 26 de mayo de 1880, durante la Batalla del Alto de la Alianza, combatiendo en terreno a donde sólo llegan los verdaderos héroes y valientes”.