Está largamente comprobado que el surgimiento, consolidación y expansión territorial del régimen chavista (que hoy encabeza Nicolás Maduro) solo fue y sigue siendo posible por el diseño y colaboración permanente de tres potencias, las mismas que hoy tienen estacionadas tropas en territorio venezolano: dos de ellas uniformadas, la otra en forma mal encubierta. Estas mismas tres potencias, ya sin necesidad de ocultarlo, realizan maniobras militares conjuntas.
La mayor preocupación de todo peruano es, sin duda, la inseguridad ciudadana, escoltada por la complacencia de no pocos malos fiscales y/o malos jueces de corazoncito socialista del siglo XXI y/o billetera pestilente. El mayor exponente de esa inseguridad (que ha generado múltiples imitadores o copycats autóctonos de su sanguinario proceder) es el Tren de Aragua, unidad militar irregular del régimen de Maduro dedicada a la guerra asimétrica, que utiliza el crimen organizado para financiarse, crecer y desestabilizar estados.
Lean nuevamente estos dos primeros párrafos. Ahora deténganse en la racionalidad de alegrarse, aplaudir y esperanzarse en supuestas ganancias futuras por la expansión territorial estratégica, mal disfrazada de negocios, de uno de los tres padrinos del régimen que generó y sustenta al Tren de Aragua.
La formación en finanzas de muchos de los entusiastas debiera bastar para alzar la ceja ante la evidente irracionalidad financiera en casi todos los casos de “inversión” del citado padrino. Pero, si esta no basta, no debiera serles difícil ver la incoherencia existente entre la genuina preocupación por la inseguridad y el entusiasmo por la expansión de uno de los tres padrinos del causante.
La diáspora de los pueblos es siempre antecedida por la ceguera de sus dirigentes.