A octubre de 2024, el agro acumulaba 13 meses seguidos de caída en el empleo formal, lo cual, en un sector que experimentó un crecimiento vertiginoso que más que duplicó su producción desde el año 2000, resulta poco lógico que ocurra. En realidad, lo que ha sucedido es que el sector más exitoso de los últimos años se vio resentido por las acciones de los activistas antiempresa privada, que son parte de una izquierda que no busca mejorar al peruano promedio, sino que ansía tomar el poder a cualquier costo, incluso destruyendo aquello que genera bienestar a la población para luego mostrarse con la capa de héroe que quiere salvar a los “desvalidos” únicamente con buenas intenciones y ningún plan para lograr mejoras, con la única intención de tomar el poder por el poder en sí mismo y no soltarlo.
Para hacer un mejor análisis, debemos dividir al sector agrario en dos realidades que coexisten en el Perú:
1. El sector agrario rural, con agricultura de secano y muy baja productividad, con rendimientos bajos por hectárea del cultivo que se trate —principalmente tubérculos o panllevar—, es básicamente de subsistencia por la falta de control en el riego.
2. El sector agrario moderno, con riego controlado y mucha mayor productividad, que tiene como destino el mercado local y, principalmente, el mercado exterior.
Este último es el resultado de inversiones desarrolladas por el sector privado para convertir los desiertos de la costa en fértiles campos de cultivo, y tiene como producto emblemático el arándano, una fruta que no existía como cultivo hace 10 o 12 años y de la cual hoy somos uno de los principales jugadores en el mundo (segundo productor mundial después de China en 2022). Gracias a esas inversiones, se produjo además una explosión del empleo formal en zonas donde este era casi inexistente.
La ley de promoción agrícola, que fue atacada con saña por un Congreso teñido de rojo, tuvo dicho efecto: generar empleo formal, divisas para el país y ponernos en vitrina para otras inversiones en el sector y para los compradores del rubro. Como nada es perfecto, solo había que hacerle algunos ajustes a la ley —como quitar la exoneración del impuesto a la renta, por ejemplo— y dejar que el mercado trabaje. Lamentablemente, se atacó con falsedades, falacias y medias verdades algo que tuvo mucho éxito: un sector agrícola moderno.
Recuerdo que un contacto de Facebook, rojo él, publicó un artículo de una activista disfrazada de periodista que hablaba de “lo mal que estaba el norte por el agro”, que “había ido y visto que un mototaxista ganaba más que un empleado de una empresa agroexportadora”, y que “los despedían después de haber terminado la cosecha”, entre otros argumentos que desnudaban no solo la mala fe con que escribía, sino también una ignorancia supina en el tema. Paso a explicar:
Que un mototaxista gane más que un empleado de una agroexportadora es algo totalmente lógico si consideramos únicamente lo que se lleva al bolsillo cada día o ve en líquido, pero el empleado de la agroexportadora tiene beneficios que el mototaxista no tiene y que son propios del empleo formal: seguro médico, CTS, aporte al fondo previsional y una liquidación que recibirá al final de su contrato; mientras que el mototaxista únicamente recibe dinero líquido por sus servicios de transporte. La forma en que el mercado laboral compensa eso es con un ingreso líquido mayor.
Respecto a que los despiden cuando termina la cosecha, es lógico que ocurra, y eso era lo inteligente de la ley de promoción agraria, pues, siendo el agro un sector con estacionalidades (es decir, que no produce todo el año como podría ser la industria, la minería o el sector financiero), poder generar empleo formal por el tiempo que dura la cosecha es un gran logro, más aún cuando puede haber cultivos con épocas de cosecha distintas que llenen más el calendario agrícola y prolonguen los períodos de contratación por parte de las empresas, lo cual es muy probable que ocurra si la frontera agrícola sigue expandiéndose, cosa que solo sucederá con más inversión privada.
Se olvida casi siempre que la condición natural del ser humano es la pobreza. Durante milenios, los seres humanos han sido pobres. Llegamos sin nada a este mundo, desnudos y llorando, y no tenemos más que lo que nos puedan dar, generosamente y con amor gratuito, nuestros padres. Si nuestros padres ahorraron, recibieron algunos bienes de sus padres o trabajan y se ganan sus ingresos, podrán darnos algo: mejor alimentación, mejor educación, mejor casa y mejor vestimenta. Recibiendo una educación esmerada y trabajando podremos ser capaces de generar ingresos para nosotros o nuestras familias; pero la izquierda hace creer que la riqueza es una condición natural y que, si no tenemos riqueza, es porque alguien nos la quitó, cosa muy falsa y tendenciosa. Al enseñarnos a odiar al que “tiene”, lo que queda es una sociedad dividida (la izquierda no tiene posibilidad de éxito sin división o conflicto) que va a tender a valorar más a aquel pseudo líder que plantee la mayor polarización y que ofrezca cosas que, casi sin análisis, es evidente que no se podrán cumplir. ¿Le viene a la mente al amable lector la frase “no más pobres en un país rico”? Justamente a eso me refiero. En ese escenario, el que trabaja y ahorra no puede darle a su hijo lo mismo que aquel que dilapida lo que gana, o el que estudió no puede sacar provecho de su esfuerzo en comparación con aquel que no ahorró y gastó sus ingresos en fiestas o vagancia.
El problema para la izquierda es que esto le trae a la población mejores ingresos y, con ello, una futura inasibilidad de las garras de ese monstruo llamado socialismo, pues mejores ingresos garantizan que los trabajadores no creerán la retórica del Estado paternalista. Esa es la razón por la que también ha comenzado a haber charlas inductivas por parte de ONGs y grupos activistas para dinamitar el agro moderno, así como lo hicieron con la minería anteriormente. Como la visión de la izquierda es miope, o simplemente no quieren ver lo evidente, le hacen creer a la población que ellos, los empleados, son indispensables para las empresas y que tienen que exigir más y mayores beneficios, sin darse cuenta de que un inversionista solo va a invertir si espera obtener algún beneficio, y si la mano de obra se encarece, lo que hará el inversionista (que realizó una inversión de largo plazo) es tecnificar más sus procesos (por ejemplo, con cosechadoras mecanizadas) y reducir su requerimiento de mano de obra. Los datos mostrados por el IPE nos revelan que la pérdida de empleos en el agro asciende a alrededor de 73,000 trabajadores a octubre de 2024.
¿A qué se debe esto? Principalmente a que las empresas tienen como objetivo incrementar su valor en el tiempo y darle rendimientos a sus accionistas. Por ello, si hay algún factor que entorpezca el funcionamiento de la empresa, la gerencia buscará una solución alternativa. El agro es un sector intensivo en mano de obra, por lo que no se dejará de demandar trabajadores, pero se pueden hacer inversiones que reduzcan la demanda de estos, como por ejemplo cosechadoras mecanizadas, mejoras en el riego, en los procesos de selección de la cosecha, etc. Todo ello redundará en menores requerimientos de mano de obra, pues las cosechadoras mecánicas no se cansan, no reclaman, no piden aumentos ni hacen marchas o bloqueos. ¿Pensaron en esto los activistas? Evidentemente que no; la ideología les bloquea la capacidad de análisis costo/beneficio. ¿Quiénes fueron los perjudicados? Aquellos a quienes dicen “apoyar”, nuevamente.
Si bien deben evitarse los abusos por parte de las empresas, es evidente que no habrá demanda de mano de obra si los inversionistas no ven la posibilidad de obtener beneficios. ¿Saben cuál es el mecanismo por el cual se llega al equilibrio? El mercado; en función de la demanda y la oferta de empleo se llegará a un determinado ingreso y a trabajadores dispuestos a aceptarlo. Si no hay trabajadores, las empresas verán la forma de seguir operando mientras les sea rentable, y si los problemas se extienden, lo que ocurrirá es que cerrarán, con lo que se acaba la “explotación”, pero también el empleo total. ¿A dónde lleva eso? Al desempleo, la precariedad laboral y, sobre todo, a someterse a un Estado ineficiente, corrupto y elefantiásico que captura la voluntad del individuo, no lo deja elegir libremente y lo condena a una pobreza que ya hemos visto cómo deja a países ricos en recursos naturales administrados por esas bandas de delincuentes.
Por ello, es importante defender la inversión privada, la libertad, dejar actuar al mejor asignador de recursos que es el mercado, pero sobre todo no creer en “salvadores de los pobres”, “luchadores sociales” ni en activistas de ese tipo que no proponen nada para mejorar, sino simplemente destrucción y caos, del cual luego cosechan curules y beneficios personales, abandonando a su suerte a aquellos por los cuales dijeron luchar.