Esta semana celebramos el día del Padre y es una buena ocasión para hacer una reflexión sobre el tema de la paternidad y la masculinidad.
Vivimos un tiempo en el que hasta cierto punto se ha satanizado la masculinidad. Se la sindica como el origen de muchos problemas, se la reescribe, se la deconstruye. No es difícil mirar alrededor y ver que lo que más falta no son discursos sobre diversidad o deconstrucción, sino una puesta en valor de hombres que abracen con orgullo su rol como padres. Con todo ello, quizá, se viene oscureciendo la relación que existe ente paternidad y masculinidad, así como su verdadero rol y su importancia en la constitución de la familia. ¿Podemos siquiera pensar en un padre desligado de su masculinidad? Estamos hablando, evidentemente, de una masculinidad sana que nada tiene que ver con el machismo. Y, junto con ello, es necesario hablar también de una paternidad firme, que guía con carácter, que sabe lo que significa ser hombre y, por tanto, ser padre.
Quizá por esa confusión, pocas veces se defiende la masculinidad, pocas veces se está orgulloso de ella. Y es que entrar a ver lo valioso que tiene, y a cribar el trigo de la paja, requiere dejar de lado prejuicios y etiquetas ideológicas que hoy abundan. Nos hablan de “nuevas masculinidades” o de “deconstruir la masculinidad”, como si la hombría fuera una enfermedad que hay que curar. Se ve con sospecha cualquier atisbo de fortaleza, de liderazgo; nos dicen que quizá no está tan bueno corregir, proteger a los nuestros. Y esta narrativa viene envuelta en discursos bonitos sobre empatía y sensibilidad, sobre nuevos roles socialmente aceptados.
Está muy bien ser empáticos y dar cabida a los sentimientos. Junto con ello, pienso que ser hombre no significa ser débil. Quizá se trata más bien de fortalecer nuestra identidad para ser mejores. Y eso no se logra minando la masculinidad, sino madurando, asumiendo lo esencial de nuestra vocación y de nuestro rol como hombres y como padres.
Un padre no es, en primer lugar, el mejor amigo de sus hijos. Muchos pedagogos han señalado ya el grave error de confundir paternidad con amistad. El padre es guía, es quién nos enseña los límites. Es una figura que demarca el bien y el mal, y si lo hace con su ejemplo mejor. El padre enseña el valor de las cosas, muestra con su vida que hacerse adulto implica asumir responsabilidades. Enseña que el capricho y la opción fácil no siempre ayudan a crecer. Para ello es fundamental construir una relación con nuestros hijos donde la autoridad y el aprendizaje estén enraizadas en el amor y el respeto.
En ese horizonte, la verdadera masculinidad no es opresión. Es responsabilidad. Es autoridad moral. Es servicio sin servilismo. Es amar con dirección. Es formar con firmeza y con ternura, buscando siempre el mayor bien de nuestros hijos. Es proteger con valentía y sacrificio.
Como padres no estamos llamados a ser perfectos, pero sí podemos hacer todo lo posible por estar presentes. Y estar presentes implica un llamado a ser coherentes, a ser testimonio. Por otro lado, la presencia implica tener voz. Pensemos en la familia como una sinfonía: la voz del padre, la voz de la madre, las voces de los hijos. Si falta alguna, la melodía sufre. Lo mismo en la familia: la voz del padre no puede faltar, y parecería que hoy nos quieren hacer pedir perdón por tener voz.
El amor de un padre se concreta, entre otras cosas, en ayudar a formar el carácter de nuestros hijos. Amar no es decir que sí a todo. Amar es acompañar a nuestros hijos en su crecimiento, exigirlos para que se superen a sí mismos, guiarlos para que sepan enrumbarse en la vida. Amar es levantarlos cuando se caen; y a veces dejar que se caigan como parte de un aprendizaje.
Ciertas corrientes culturales nos piden celebrar un padre light. Celebrar el día del padre es una buena ocasión para que quienes tenemos la gran bendición de serlo estemos atentos al modelo de padre que nos quieren vender, y a no dejarnos socavar por modas ideológicas. Ser hombre —y ser padre— no es un problema que solucionar, sino una vocación que abrazar con amor.
¡Feliz Día del Padre!