John Harvard nació en 1607 en Londres, Inglaterra. Su vida fue corta. Hijo de un carnicero y de una mujer muy religiosa. Su localidad natal, Southwark, fue también la tierra en la que William Shakespeare estrenó algunas de sus obras máximas. Se dice que Macbeth, King Lear y Henry V vieron la luz en el mítico Globe Theatre (resulta difícil certificar el estreno en ese local, pero sí se puede señalar que Southwark fue históricamente un lugar influenciado por el arte y la fe religiosa de su época).
Ya convertido en clérigo y habiendo estudiado en Cambridge, emigró a Massachusetts en 1637. Murió al año siguiente, sin saber que su apellido impactaría por siglos (y hasta hoy) el mundo universitario.
Había decidido previamente donar sus libros y buena parte de su patrimonio a un college incipiente que luego abrió sus puertas bajo el nombre de Harvard College. Los fundadores agradecieron a este Riva Agüero británico, a este padre espiritual, inmortalizando su apellido. El monumento de un John Harvard sentado y con un libro sobre la pierna derecha recibe a miles de turistas cada año. Se le presenta como el fundador, aunque para muchos fue solo “uno de los fundadores” (dicen los maliciosos que es mucho homenaje para alguien que solo vivió un año en tierras americanas, y que el modelo de la escultura del siglo XIX fue un estudiante promedio de Harvard, pues nadie encontró un retrato del John Harvard original jamás).
Pero lo que realmente importa es su legado simbólico. Una nación que se estaba cimentando necesitaba educación superior de calidad.
Hoy, Estados Unidos de América, con más de 340 millones de habitantes, cuenta con alrededor de 4,000 universidades. Es decir, prácticamente una por cada 85,000 habitantes. En el Perú, a partir de la reforma universitaria, SUNEDU ha concedido el licenciamiento a 99 (según su página web). En un país de 34.5 millones de habitantes aproximadamente, los números gruesos nos hablan de una universidad por cada 350,000 peruanos.
Se comenta mucho recientemente sobre la creación de nuevas universidades en el Perú, básicamente públicas, a partir de iniciativas legislativas. Algunos podrían inferir que el ejemplo de los Estados Unidos de América, con 40 veces más universidades, debería ser el camino. Sin embargo, más allá de que en el país del norte la mayoría de estas instituciones son privadas (como Harvard), la creación de nuevas universidades públicas es una práctica en desuso hace décadas (siendo la educación superior privada estadounidense la que encabeza todos los rankings).
Cualquier iniciativa pública debe contar con sustento técnico, respetar la lógica presupuestaria (contar con recursos suficientes que no afecten a las ya creadas y encaminadas) y alejarse del populismo. Se piensa antes en crear nuevas universidades públicas, pero no se piensa (por ejemplo) en ampliar vacantes y consolidar académicamente las ya existentes. Grave error.
La educación superior peruana no puede ser usada con fines demagógicos, multiplicando lo insostenible. La brecha educativa en el Perú sigue necesitando educación de calidad, con un sector privado comprometido y un sector público promotor y equilibrado.