OpiniónDomingo, 22 de junio de 2025
¡Mamá, arruiné la revolución!, por Tony Tafur
Tony Tafur
Periodista

No hay nada más saludable que ver a un falso justiciero social protagonizando un acto de autodestrucción: es como ver a un cazador cazado, en este caso a un izquierdista —caviarcito para ser más exactos— atrapado en su propia trampa. Esto es casi un gesto patriótico, una memorable cortesía. Estas heroicas ilustraciones del zurdismo chic nos agilizan el trabajo de identificar sus contradicciones, resentimientos y vacíos.

La última inesperada colaboración a este desmonte —de un corpus ideológico alimentado de ciencia ficción—fue de un cómico, autopercibido como representante del pueblo peruano, que intentó torear a Phillip Butters, de evidente cadencia derechística, desde uno de esos canales en Youtube que orbitan el panal digital zurdo.

La secuencia en cortas líneas es: nuestra colorida leyenda arrancó con un disciplinado petardeo: interrupciones, acusaciones, personalismos, etcétera; como su anestesia no anestesiaba, le fue bajando los decibeles hasta usar tácitamente como excusas a su “déficit de atención” y su rol de “comediante”: con el perdón de los comediantes; y así al final su investidura, su autocracia de baja monta, ya sin gabinete —ni sus compañeros de mesa lo pasaron—, fue reducido a tal vez el mejor sketch humorístico de su carrera, un golazo para su turismo en el entretenimiento.

Esta especie de autogolpe, al mismo estilo de Pedro Castillo, y que terminó con varias renuncias posteriores en el programa, nos dejó varias enseñanzas, fue muy instructivo.

Ha quedado muy nítido, partiendo de la efervescente intención del cómico, cómo este circuito —las plataformas streaming de corte rojo— quieren seguir apelando a las mañas de siempre.

Quieren seguir jugando a ese innecesario forcejeo con tufillo a moralina o con coqueteos pos-punitivos: donde ellos atacan, muerden, y al recibir una respuesta, así sea la más mínima, denuncian que son víctimas de violencia. Y todo en nombre de los mismos vehículos verbales: salvar al país de las grandes amenazas (que no son ellos), implantar una libertad total (su pensamiento unilateral), distribuir la riqueza (sobre todo a su bolsillo) y así un largo etcétera. Una zombificación con Wi-Fi.

El ciudadano, en toda su autonomía, debería redoblar los filtros frente a su demanda informativa, sobre todo con las elecciones a la vuelta de la esquina. El ecosistema digital, muy voluble y licencioso, no dimensionó el limbo que generó donde los programas y sus voceros terminan siendo artefactos ideológicos. La censura, por supuesto, no es el camino. Pero sí la batalla natural por mostrar quién responde a ideas más efectistas y no a ideales inaplicables.

Como este detective salvaje del caviarismo que intentó derrumbar prematuramente a un potencial candidato a la presidencia, hay muchos más. Este gregarismo, que gratuitamente termina convirtiéndose en foco informativo y en moldeador del pensamiento elector, tarde o temprano terminará pisando la misma mina que intenta ponerle a sus antípodas. Y eso será justicia poética.

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