Aquella tarde de verano, luego de una larga caminata, llegó Jesús con sus discípulos a la región de Cesarea de Filipo. Se sentaron a la sombra de unas palmeras a descansar y comer un poco. Mirando con cariño a sus doce discí pulos —amigos entrañables a los cuales había escogido con especial cuidado uno a uno— les preguntó, un poco como para ponerlos a prue ba: —¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre? Todos se miraron nerviosos, haciéndose señas unos a otros como para ver quién se animaba a responder tan delicada pregunta. Hasta que alguno respondió: —Unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas. Jesús preguntó nuevamente, pero esta vez se trató de una pregunta directa, personal para cada uno de ellos: —Y vosotros, ¿quién decís que yo soy? Esta ya era una pregunta más comprometedora sobre lo que cada uno de ellos pensaba o creía que era Jesús. Ante ese silencio tan incómodo, Simón se atrevió a decir en voz alta lo que él creía: —Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. Jesús lo miró con mu cho cariño, y casi con una leve sonrisa le res pondió: —Bienaventurado eres, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado la car ne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y mirándole directa mente a los ojos, le dijo con firmeza: >> —Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Igle sia, y las puertas del in f ierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos, y cuanto ates en la tierra, será atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos. Así actúa el Espíritu Santo, inspirando a los cardenales a elegir al que menos se espera, pero al más indicado para los tiempos que vendrán para la humanidad. (Mateo 16, 13-19)
Este hecho concreto ocurrió hace aproximada mente dos mil años. Desde ese instante, Pedro —al cual ya no llamarían Simón— quedó insti tuido como el primer Papa, el primado, cabeza de los apóstoles y cabeza de la Iglesia que el mismo Cristo estaba fundando. Lo más proba ble es que Pedro, en esos momentos, aún no fuera consciente de lo que Jesús le estaba di ciendo ni de los alcances de sus palabras. A muchos les costó entender por qué Jesús nombró primado a Pedro. Inclusive algunos de los discípulos sintieron algo de celos. Baste re cordar a la madre de Juan y Santiago pidiéndo le más adelante a Jesús que sus hijos se sen taran a su derecha e izquierda en el Reino de los Cielos. Jesús sabía perfectamente que Pedro lo nega ría tres veces públicamente, pero también sabía que se arrepentiría amargamente y que pediría perdón por ello. Sabía, además, que desde el momento en que fuera apresado y durante toda su pasión, Pedro huiría cobardemente y se es condería con los demás discípulos por temor a los romanos. Solo el adolescente Juan estaría al pie de la cruz al lado de María, la madre de Jesús. Sin embargo, Pedro sabía que Jesús era el Hijo de Dios, el Cristo, el Mesías. Ya en otra ocasión Pedro le manifestó a Jesús, cuando este les pre guntó a sus discípulos si, al igual que muchos otros seguidores, ellos también lo abandona rían. Y es Pedro nuevamente quien respondió: —Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sa bemos que tú eres el Santo de Dios. Repito, Jesús sabía perfectamente cómo era Pedro: apasionado, bocón, cobardón, vehe mente, débil. Pero justamente por eso lo nom bra primado, no para que se luzca Pedro, sino para que se luzque su Padre que está en los cielos. De otra manera, habría escogido a un político poderoso, a un intelectual, letrado, cul to y adinerado. Eso no le interesaba porque la Iglesia que estaba fundando era obra de Dios, no obra de los hombres. Desde ese día, Pedro fue pues el primado y re cibió la carga más pesada que un hombre en la Tierra puede recibir: ser nombrado Papa. Una cruz como ningún otro ser humano podría sos tener, si no es porque cuenta con la gracia divina y la ayuda de Dios. Pedro, como primer Papa, y todos los demás papas que vendrán después de Pedro, serán vicarios de Cristo, esto es, re presentantes de Cristo en la Tierra.
Hoy, 29 de junio, se celebra la fiesta de San Pe dro y San Pablo. En otra ocasión nos referire mos a la gran figura de San Pablo. Y hoy tam bién se celebra el día del Papa. No hace más de mes y medio, el pasado 8 de mayo, Robert Prevost fue elegido Papa, y decidió denominar se León XIV. Nadie esperaba que este sencillo sacerdote agustino, obispo de Chiclayo, fuera elegido Papa. Un sacerdote nacido en los Es tados Unidos, pero ¡nacionalizado peruano! ¡Y se siente peruano, ama el Perú y le encanta el Perú! Actúa como peruano, sonríe, es cariñoso y a la vez tiene la picardía y la chispa criolla, si cabe el término, en sus bromas y comentarios. A él no se la van a hacer. Se las sabe todas. Así actúa el Espíritu Santo, inspirando a los car denales a elegir al que menos se espera, pero al más indicado para los tiempos que vendrán para la humanidad. Eso solo Dios lo puede ver. Algunos creen que León será un Francisco II. Se equivocan totalmente. Será como es él —el padre Robert, como aquí le llamaban— y hará lo que tiene y debe hacer un Papa. No será la imitación ni continuación de nadie, salvo del mismo Cristo. Ya lo está demostrando cada día en sus actitudes, discursos y comentarios.
León XIV sabe que tiene una carga muy pesa da sobre sus hombros, el trabajo más fuerte y agotador que un hombre sobre la tierra puede tener: ser el vicario de Cristo en la Tierra. Cui dar y promocionar su Iglesia, ¡nuestra Iglesia! Sabe que cuenta con la gran ayuda de la gracia de Dios y, además, sabe que la Iglesia cuenta con una garantía fundamental: “las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”, garantía mencionada por el mismo Dios hecho Hombre. La Iglesia jamás desaparecerá ni será vencida por las fuerzas del mal. El tiempo así lo está demostrando y lo seguirá demostrando con los más de dos mil años de Iglesia Católica sobre la Tierra. Vayan estas líneas en homenaje al Papa en su día, a ese humilde hombre vestido de blanco, el cual reza y se sacrifica calladamente por noso tros, cargando día a día la carga más pesada, ¡una cruz muy pesada!, quizá el ser humano más solo, cansado y sufrido de la Tierra, pero fortalecido, optimista, con esperanza e irradian do una alegría y una paz como nadie, sostenido e iluminado por la gracia divina. Es el sucesor de Pedro… “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia".