OpiniónDomingo, 6 de julio de 2025
Chile debe defender la libertad, por José Antonio Torres Iriarte
José Antonio Torres Iriarte
Abogado y analista político

La elección de Jeannette Jara, militante del Partido Comunista de Chile, como candidata presidencial del oficialismo, debe ser analizada desde varias perspectivas. Participaron también en la reciente elección primaria la candidata del socialismo democrático chileno, Carolina Tohá (exministra del Interior), así como representantes del Frente Amplio y de las corrientes ecologistas. Aunque la favorita era la exministra Carolina Tohá, fue desplazada al segundo lugar debido al mensaje moderado y subliminal expuesto por Jeannette Jara, quien supo resaltar los alcances de las dos grandes reformas impulsadas durante su gestión ministerial: la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales y la reforma del sistema privado de pensiones.

¿Cómo explicar que una militante del viejo partido adscrito a la otrora Tercera Internacional, defensor a ultranza del leninismo soviético y admirador de la Revolución Cubana, así como de las dictaduras de Nicolás Maduro y Daniel Ortega, haya alcanzado más del 60 % de los sufragios emitidos? Es verdad que solo asistió a votar menos del 10 % del electorado, y que la victoria alcanzada pueda estar siendo sobredimensionada por los medios internacionales. También es cierto que los resultados han causado preocupación en la derecha chilena, que con ligereza venía anunciando que en la segunda vuelta electoral, a realizarse en diciembre de 2025, estaba descartada la participación de un representante del oficialismo.

Jeannette Jara, de 51 años, milita desde su adolescencia en las filas del Partido Comunista, proscrito durante la dictadura, y que durante los sucesivos gobiernos de la Concertación tuvo un papel casi marginal en la política chilena. La candidatura presidencial de Gladys Marín en 1999 fue el primer intento del PC por retomar la senda de la participación política.

Salvador Allende fue elegido presidente en 1970 por la Unidad Popular, integrada por un Partido Comunista adscrito al Kremlin, que respondía a la línea política trazada por la URSS, alineada con el castrismo, y que no había descartado el camino de la lucha armada. El golpe de 1973 puso fin a la experiencia fallida de la Unidad Popular en Chile.

No olvidemos que Salvador Allende no tuvo éxito en conseguir el apoyo financiero de la URSS, y permitió la intromisión abierta de Fidel Castro en su gobierno. Durante varias semanas, el líder cubano recorrió Chile con el claro propósito de respaldar al gobierno socialista y hacer proselitismo. Allende, militante del Partido Socialista chileno, no supo imponer moderación a su gobierno, permitiendo que primara el extremismo y contribuyendo a polarizar el debate político de la época. El general Augusto Pinochet dejó de lado la lealtad a Allende, sumándose finalmente al proyecto golpista. La Democracia Cristiana no cuestionó el golpe de Estado del 11 de septiembre.

Años después, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista serían los pilares de la Concertación, que, luego de la derrota de la dictadura en el plebiscito de 1988, logró ganar las elecciones de 1989. El retorno a la democracia le dio estabilidad política a Chile, que alcanzó tasas de crecimiento económico y una reducción significativa de la pobreza durante los años noventa y los primeros lustros del siglo XXI.

Chile se convirtió en un referente latinoamericano. La victoria de Piñera en 2009 representó un giro político; sin embargo, el segundo gobierno de Bachelet intentó impulsar reformas sociales de la mano con sectores políticos que eran parte de una nueva generación de líderes chilenos. Sebastián Piñera retornó al poder en 2018, sintiéndose seguro de poder mantener el orden social y la estabilidad política.

El "estallido social" de octubre de 2019, en mi concepto, respondió a una acción política planeada por los servicios de inteligencia, con el apoyo y movilización de militantes de izquierda. No fue casual el accionar simultáneo en diversas estaciones del metro de Santiago y el ataque a la propiedad pública y privada. Santiago y las principales ciudades del país fueron escenario de grandes movilizaciones y actos de violencia con el claro propósito de provocar la caída del gobierno de Piñera. El detonante fue el alza de los pasajes en el metro de Santiago.

Gabriel Boric, protagonista del llamado “octubrismo”, ganó las elecciones de 2021. El proyecto constitucional aprobado por la Convención Constituyente fue rechazado ampliamente; sin embargo, la derecha insistió en debatir un nuevo proyecto, que también sería rechazado por la ciudadanía. Gabriel Boric ha demostrado serias limitaciones, presidiendo un gobierno incapaz de cumplir con sus promesas de campaña.

El Partido Comunista chileno no ha renunciado a su ideario ni a sus principios fundamentales. La victoria de la exministra de Trabajo, Jara, demuestra la importancia de seguir debatiendo política e ideológicamente en el plano universitario, sindical e incluso empresarial.

Me pregunto si la derecha chilena está en capacidad de debatir con el comunismo más ortodoxo. Por otro lado, me cuestiono si es el tiempo de nuevas utopías que, más allá de cualquier quimera, terminen por ilusionar a las nuevas generaciones. Que la razón y la sensatez primen, que no sacrifiquemos la libertad en la búsqueda de alcanzar mejores condiciones de vida.