—“¡Qué viva el Perú!”
Pedro Castillo. Una mañana del 7 de diciembre del 2022. Hace exactamente un año. Fueron sus últimas palabras frente a cámaras, desde Palacio de Gobierno, con la banda presidencial y en libertad. Una loa nacional con un fondo irónico en un momento despótico. Fue el colofón de un mensaje a la Nación, eufemismo, en este caso, de un golpe de Estado mal diseñado. Fue el autodesenmascaramiento definitivo: del teatral izquierdista democrático al calco y copia de un feligrés del régimen cubano. O chavista para no alejarnos tanto. Fue también el momento exacto para que se estoque a un gobierno que había jalado la cuerda de la improvisación hasta el límite. Y así fue.
Pero hagamos una retrospectiva. ¿Qué llevó al profesor chotano a caer en la muerte súbita? No hay necesidad de bucear en sus sentidos para encontrar las claves. Los hechos hablan por sí solos.
Hasta el 6 de diciembre, Pedro Castillo ya cargaba con seis investigaciones fiscales en el Ministerio Público, un intento de tercera vacancia en camino desde el Congreso, un par de prófugos de su entorno —entre ellos su sobrino Fray Vásquez y su exministro Juan Silva, ambos investigados—, 78 titulares en distintos portafolios en 16 meses de gobierno y, probablemente lo más importante, venía siendo acorralado por varios delatores, personajes que se bajaron del coche a destiempo.
Ya habían cantado las maniobras de la red chotana en el transcurso del año los seudoempresarios Karelim López y Zamir Villaverde. También el entonces exfugitivo y ex secretario general del Despacho Presidencial de Perú, Bruno Pacheco. De igual forma, Mariano Gonzáles tras su breve paso como testigo por el Ministerio del Interior. Igualmente, José Fernández Latorre, exjefe de la Dirección Nacional de Inteligencia de Perú.
Solo faltaba el golpe más contundente: alguien que dé la prueba directa, sin temor a posibles represalias.
Este fue Salatiel Marrufo, exjefe del gabinete de asesores del Ministerio de Vivienda, cuando este sector, en su momento, era liderado por el otro investigado Geiner Alvarado. Este personaje que ya había sido detenido estaba a horas de romper con una confesión la presunta estructura criminal que se había enquistado en Palacio de Gobierno. Esto estaba programado para el día siguiente en una cita que tenía con la Comisión de Fiscalización del Parlamento.
Todo este suspenso se aglomeraba mientras las calles ya se venían tornando cada vez más incandescentes por aquellos grupos que connotaban convenientemente el trabajo investigativo como un acto intimidatorio y hasta como un gesto de discriminación. Era como si su capacidad para testimoniar la realidad se hubiese perdido en un vórtice de la ficción, del surrealismo. Voluntariamente se habían estacionado en una cíclica relativización ante una verdad que nos caía como una roca sometida a las leyes de la gravedad.
Y así llegaron las primeras horas de ese 7 de diciembre.
En Palacio había nerviosismo y por eso —esto lo expusieron tiempo después las cámaras— el profesor chotano se había reunido con sus principales aliados: Betssy Chávez, a quien convirtió en primera ministra en un acto de rebeldía, y a Aníbal Torres, antecesor de la mencionada y que había dejado la tribuna del mediatismo incendiario para pasar a ser solo un asesor de las sombras. Algo sabían y el trinomio debía cocinar una respuesta.
Para entrar en acción necesitaban un empujón. Y ahí le llegó el turno a Marrufo.
“Al señor presidente de la República, Pedro Castillo Terrones, se le daban 50 mil soles mensuales para que mantenga en el puesto a Geiner Alvarado, este dinero fue entregado por Alvarado en Palacio de Gobierno, fueron entregados en 9 oportunidades, luego de cada Consejo de Ministros, en total se entregó 450 mil soles por ese concepto”, apuntó.
También dijo: “El 16 de mayo del 2022, el presidente visita el despacho del ministro y luego visita mi despacho en el que personalmente le entrego 100 mil soles al señor presidente”. Y luego agregó: “En enero 2022, Geiner Alvarado iba a ser cambiado de despacho, por tanto, dentro del dinero que teníamos de la señora Goray, se le entrega 1/2 millón al presidente por el ministro”.
Sin embargo, no eran los únicos implicados: en el circuito también había familiares del profesor chotano. “Asimismo, recibimos dentro de los requerimientos, que se atendiera a la familia del presidente. A la señora Gloria Castillo Terrones se le entregaba 60 mil soles para ella y sus hermanos, esas sumas fueron entregadas por Geiner Alvarado y por mí”, contó.
La situación se había desbordado a una velocidad meteórica.
Pero no quedó ahí. En seguida, vino el contragolpe desde Palacio: una patada al tablero. Un Pedro Castillo, muy nervioso, le temblaba hasta el alma, apareció sin avisar en prensa nacional para dar un Mensaje a la Nación. En síntesis, se sintió con la licencia para dar un golpe de Estado.
Y su canción desafinada, con aires de justificación, terminó con estas estrofas: 1) “Disolver temporalmente el Congreso de la República e instaurar un Gobierno de Emergencia excepcional”; 2) “Convocar en el más breve plazo a elecciones para un nuevo Congreso con facultades constituyentes para elaborar una nueva Constitución en una plazo no mayor de 9 meses”; 3) “A partir de la fecha y hasta que se instaure el nuevo Congreso de la República se gobernará mediante decretos Ley; 4) “Se decreta el toque de queda a nivel nacional a partir del día de hoy miércoles 7 de diciembre del 2022 desde las 22 horas hasta las 4 horas del día siguiente”; 5) “Se declara en reorganización el sistema de justicia, el Poder Judicial, el Ministerio Público, Junta Nacional de Justicia y el Tribunal Constitucional”; “Todos los que poseen armamento ilegal deberán entregarlo a la Policía Nacional en el plazo de 72 horas. Quien no lo haga, comete delito sancionado con pena privativa de la libertad que se establecerá en el respectivo decreto Ley”; 6) “La Policía Nacional con el auxilio de las Fuerzas Armadas dedicarán todos sus esfuerzos al combate real y efectivo de la delincuencia, la corrupción y el narcotráfico, a cuyo efecto se les dotará de los recursos necesarios”, y más.
Al final lanzó su desproporcionado: “¡Qué viva el Perú!”.
Esto trajo a colación una serie de hechos desafortunados para sus intereses. Renunciaron todos sus ministros, uno con más letargo que otro, como Betssy Chávez, y hasta su principal abogado Benji Espinoza. En simultáneo, se aceleró un proceso de vacancia por el delito flagrante de Castillo. Casi hubo unanimidad: se obtuvieron 101 votos. La izquierda no podía ante lo evidente: se les caía el ideario a pedazos.
La última jugada del profeso chotano fue enrumbar desde Palacio, junto a su familia y Aníbal Torres, hacia la embajada de México, donde lo esperaban para que pueda escapar al territorio liderado por su aliado: Manuel López Obrador. Les iban a dar asilo. Pero nunca llegó a este zona franca para el entonces declarado golpista. Jamás pensó que la alta esfera de la Policía Nacional del Perú iba a dar la orden para que la misma escolta presidencial lo detuviera, lo que pasó justo a la altura de la Clínica Internacional en Cercado de Lima.
Amagando el embotellamiento y la multitud boquiabierta por la escena peliculesca, lo llevaron junto a Aníbal Torres a la Prefectura de Lima, que estaba a unas cuadras, donde después llegó la misma fiscal de la Nación, Liz Patricia Benavides. Y como cierre de escena le leyeron su futuro inmediato: una posible investigación tras las rejas.
Y así se dio el principio del fin, el tramo final del primer y último pasajero izquierdista en Palacio: después de enterarse que su amiga Dina Boluarte, vestida con un fosforescente traje amarillo, asumía la presidencia, lo llevaron a un calabozo para después trasladarlo al Penal de Barbadillo, donde se viene quedando hasta ahora y donde hasta hoy insiste en que hubo un complot en su contra, con un fuerte eco de sus adláteres parlamentarios.
La tragicomedia de Castillo y su séquito seguirá, pero terminará, algún día. Lo indeleble será esa maratónica secuencia del 7 de diciembre que es el perfecto manual de cómo perder el poder de golpe.